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MEDIAS DE NENA

Hoy fui a comprar medias para mi bebé, nada del otro mundo, una actividad sin mucha importancia más que la de abrigarle los pies ahora que empieza a llegar el frío. Así que fui a la tienda y pedí medias, preferiblemente antideslizantes, porque la pulga empieza a caminar y no quiero verlo patinar, como buena madre sobreprotectora. -"No me quedan medias de nene" -me dice la vendedora. Y yo la miro con curiosidad. -¿A ver qué tenés? -le digo. Y ella me mira y saca, a regañadientes, una caja llena de "medias de nena". Hay corazones, flores y rayitas de colores. Elijo tres pares (las rayitas coloridas me encantan y sumo unas de corazones que, aunque son un poco grandes, seguro le van a quedar para cuando llegue el fin del verano). Pago y me voy con mis "medias de nena" para mi nene, que no entiende (por suerte) las idioteces sin sentido de este mundo.

Crianza

Mi bebé duerme. Hace un rato me clavó sus nuevos dientes de leche en el hombro. Me dolió, le grité y se puso a llorar. Lo abracé. Intento nunca preguntarme si soy buena o mala madre, si hago bien o hago mal cuando tomo alguna decisión, o cuando la decisión me toma a mí, más bien por sorpresa, ante lo imprevisible de los hechos. Pero si suelo pensar en lo que me gustaría o no enseñarle a mi hijo, más allá de lo que luego va saliendo, un poco a los traspiés, en mi recién estrenado rol como madre. Y no es que lo piense porque me obsesione "criar bien" a mi hijo o porque sienta que es una "gran responsabilidad" (que efectivamente lo es, pero no me gusta ese acercamiento a la cuestión). Más bien me gusta pensar en la crianza como en la posibilidad de regalarle algo a mi hijo. Así que me siento a pensar en cómo criarlo, como quien se sienta a pensar en el regalo que le quiere dar a un ser muy querido. Uno no puede regalar cualquier cosa, uno regala con esmero (al meno
Hace unos días cargué a un bebé de dos meses. Es increíble lo rápido que pasa el tiempo y lo diferente que me sentí con respecto a mi propio hijo. A Amaru lo cargaba con miedo, tensa, sentía que pesaba una tonelada (de peso físico y emocional) y a este bebé lo acuné tranquila. Lamenté no haberle podido ofrecer esa tranquilidad a Amaru en sus primeros días. Amar para mí nunca ha sido algo "natural" o "instintivo", amar ha sido siempre un proceso, un aprendizaje o, mejor, un desaprender los miedos. La maternidad no ha sido diferente. Cuando veía a Amaru chiquitito y frágil, sentía que debía protegerlo pero me preguntaba si lo amaba. Y, obvio, me sentía mala madre al hacerme esa pregunta. Debo decir que las suposiciones ajenas no ayudaban: "¿cierto que es lo mejor que te pasó en la vida?", " los hijos son la mayor realización"...frases como esas me hacían sentir peor, más insegura, más monstruosa por estar dudando, más perdida. Tras diez meses, he

Positivo

Se lo debo haber preguntado cientos de veces en los últimos seis meses: ¿ nunca has sentido contradicción con la paternidad, nunca te arrepentiste, nunca pensaste "agarro mis cosas y me voy a Katmandú" ? Su respuesta nunca varía y ni siquiera cambia el tono en que me lo dice: No . Un no rotundo que hace eco en mi cabeza. Cada vez, yo lo miro como si mis ojos pudieran atravesar la piel, los músculos, los huesos y observar sus pensamientos en busca de un atisbo de duda. Pero sé que no está ahí. Él quería tener un hijo. Yo... tal vez. Un tal vez que a veces era un tal vez sí y otras veces un ni loca. Un tal vez que sopesó argumentos, leyó, preguntó e investigó para llegar a ninguna parte. ¿Cómo decidimos ser padres? ¿Decidimos ser padres? Así, en plural y como quien decide qué va a comer esta noche. -Vení, sentate. Te voy a hacer una entrevista. Él finge que le molesta un poco pero es mentira. Quiere contar su versión porque siempre se anda quejando de lo poco que aparece en

NOSTALGIA

En la verdulería, la voz venezolana de una mujer joven pregunta por guayaba. "Es para hacerle un juguito a mi beba", explica, pero no obtiene más que esa cara, tan porteña, de "¿de qué me hablás, nena?". Le intento explicar que por estas tierras es una misión casi imposible hacerse a una guayaba. No hay caso. Ella sigue queriendo una guayaba y se termina llevando un par de membrillos (que creo vendrán a ser primos de la guayaba), para intentar cocinarlos y hacer el  licuado para su nena. No sé cómo saldrá ese experimento. Antes de irme, le digo que estaría bueno irse acostumbrando a lo que no hay. Se lo digo a ella pero en realidad me lo digo también a mi, después de 10 años de vivir en estas tierras, porque sé que uno nunca se acostumbra a la nostalgia. Todavía me pasa que compro una piña, ilusionada, feliz, y termino tirando esa pulpa blanquecina e insípida que no se parece a lo que recuerdo (y por la que pagué un riñón). Todavía me pasa que me compro un aguacate

Dolor de patria

Argentina me duele, tanto como me duele mi propia patria.  Hace casi 11 años llegué a este país. Llegué con una valija en la que puse encima de mi ropa, un libro de Cortázar y otro de Borges. Así de ingenua me vine, creyendo que los dos más grandes me habilitarían el pase, en caso de que algo pasara en el aeropuerto. Todavía recuerdo con emoción mis primeros paseos: era primavera, las flores caían de los árboles y tapizaban los parques. Argentina era un sueño, un espejo que re flejaba mi ansia de algo diferente a la sangre y la violencia a la que estaba acostumbrada en mi Colombia. Vine por dos años pero me fui quedando casi sin saberlo. Nunca fueron fáciles estos años: a pesar de tener mi diploma de Comunicadora y experiencia trabajando en televisión, trabajé muchos años como camarera en restaurantes. Pero estar acá lo valía. Amaba a los músicos que tocaban en la calle y que iban engarzando un tango o una chacarera a mi camino. Amaba a los que "perdían el tiempo" haciendo m

Dar la teta

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Estamos en la Semana de la Lactancia. Veo por doquier carteles hermosos con mujeres amamantando, leo notas sobre los beneficios de la leche materna e información detallada sobre lo que puede pasar si no amamanto (riesgo de obesidad, asma, infecciones intestinales, pulmonares y un largo etcétera que termina de enriquecer mis inevitables paranoias maternas). Pienso en mis tetas: las que durante mi pubertad crecieron un poco raras con sus pezones invertidos; las que dejé libres hace unos meses en medio de un tetazo y respiraron por primera vez aire de calle y lucha; las chiquiticas que no crecieron ni medio centímetro durante el embarazo. Esas tetas, que nunca fueron mi orgullo, han demostrado que podían ser más que responsables. Y no porque haya tenido una lactancia idílica, no. Ni siquiera tengo una linda foto de Amaru tomando la teta porque nunca pudimos hacerlo: lo intentamos de todas las formas, aplicamos todo el babysutra de la lactancia, lloramos juntos de frustración y tras dos me